domingo, 29 de noviembre de 2015

Y tú, ¿Te quedarías (conmigo)?

La chica que…
Que tiene vida y media para dar.
Pero tiene más miedo que vida propia.
Que sólo sonríe en clavículas ajenas donde no pueden verle la sonrisa.
Que le gana con ventaja al puesto que ocupa el miedo.
Que vive en la cuerda floja que le supone el querer y no verse capaz.
Que ha creído las mentiras de demasiados labios ajenos.
Que tiende a idealizar a las personas mucho más de la cuenta.

Que no cree en los imposibles si son ajenos, pero los propios hace tiempo que existen para ella.
Que tiene los ojos más tristes de la ciudad.
Que pasa la mayoría de sus noches compartiendo sofá con el perro y le parece lo más bonito. Que “El lector” o “Perdona si te llamo amor” son su mayor plan romántico en fin de semana. Que duerme más horas durante el día de las que vive.
Que por la noche piensa más de lo que debe y no en positivo.
Que le siguen doliendo las madrugadas y sigue tapándose las ojeras bajo el flequillo.
Que odia recogerse el pelo y dejar la vista libre para no mostrar sus ruinas.
Que odia, también, que le echen atrás el mechón de pelo que le roza la sonrisa.
Que el contacto físico la pone nerviosa, porque es de piel.
De caricia.
De beso.
De abrazos de mar, que escuecen pero curan.
Que es capaz de dejar sin palabras a un poeta que cree que sabe más de amor que ella.
Que en verdad no sabe de amor, porque ni se lo han dado ni se lo han hecho.
Sin recibir daños.
Que vive con las manos vacías pero abiertas para sostener la vida de cualquiera que lo necesite.
Que al principio puede parecer un ancla que sólo te hunde más, pero que, si te quedaras, probablemente sería el salvavidas más bonito. 
Y el naufragio valdría la pena.
Si después de la falta de aire, respiran por ti.

Que tiene más nudos atados a la garganta de los que jamás llegará a atarse en los zapatos.
Que tiene las suelas gastadas pero no de andar hacía delante.
Tiene las rodillas más oscuras que las ojeras, de tanto andar hacía atrás y tropezar siempre con la misma piedra.
Que aprendió a huir aunque quisiera quedarse.

Que aprendió también, a preferir la felicidad de otros antes que la suya.
Que sabe, que algún día o en algún momento dejará de doler, pero no sabe si entonces aún será más triste.
Que no vive enamorada, y lo sabe. Pero que le duele y no sabe bien qué.
Que no sabe demostrar con hechos lo que siente, pero se le da dejar notas en los bolsillos en busca de sonrisas ajenas, que no verá, porque ya habrá huido.
Que no quiere algo a lo que llamar "suyo" si no que sea un "con ella".
Que habla más por miradas que por palabras.
Que nunca pide un abrazo,
no con palabras.
Que escribe, escribe mucho pero no lo enseña a nadie. Por miedo.

Porque sabe, que lo que siente, es una arma de destrucción que puede volverse en su contra.
Que ha visto tantos semáforos en rojo, que ahora, atrasa sus pasos hasta verlo en verde.
Porque odia esperar y tampoco quiere que la esperen.
Que siempre lleva un libro en la mano al coger un tren o un autobús, aunque lo haya leído mil veces.
Que en una tarde mira más de cien veces el móvil por si llega el mensaje que en el fondo nunca espera.
Que tiene miedo de querer. Y volver a sentir el frío y el temblor que se siente cuando te dejan la primera vez.
Porque después de esa primera, vendrán mil más.
Que en los vagones de cara al mar siempre mira fijo y evita el contacto visual con cualquier persona.
Que vive con menos quilos de los que le tocan y aún así hay días que se ve horrible.
Que cuando sonríe le dura poco. Pero es sincero.
Que no le cuesta querer pero hace como que sí.
Que quiere pero no lo dice.
Que contiene.
Que se muere por dar, pero no da.
Es la chica que quizás tienes más cerca de lo que crees. Por la que sentirás pena de imaginarla así. Habrá muchos que se acercarán a sacarle una sonrisa, prometiendo cambiar su vida...



Dos pasos por delante de mí

Para variar no sé cómo empezar esto,
ni si quiera sé que título ponerle.
Pero créeme que no es por falta de imaginación o de ideas,

en el fondo sé muy bien que título podría ponerle.
Pero no quiero.
No quiero ponerle nombre a las ganas de ti,
a las ganas de tenerte cerca,
no quiero ponerle nombre a esa no tan extraña sensación cada vez que te tengo cerca.
No quiero ponerle ningún nombre a las señales que me advierten desde hace semanas,
de cuál es el camino por el que estoy andando.
No quiero ponerle nombre a esto,
no quiero ponerle una etiqueta y que por consecuencia nos comportemos acorde a unas reglas,
no quiero tampoco llamarlo juego,
ni seguir las reglas, ni tampoco saltármelas.
No quiero un juego a dos bandas, ni a tres,
no quiero que haya bifurcaciones posibles en el camino,
no quiero ser una ficha de tu tablero,
ni quiero que tú lo seas.
No quiero un “Game over”,
no lo quiero ni aunque exista la opción de repetir la jugada,
porque lo más probable es que nos encontremos con otro “Game over”.
No voy a prometerte nada,
ni un "Prometo no hacerte daño", "Te prometo que será para siempre", "Te prometo que todo irá bien".
No voy a prometerte nada de eso, porque estaría incumpliendo la primera promesa.
No voy ni si quiera a decirte que "todo irá bien",
porque el día menos pensado cambia todo,
sin saber muy bien por qué todo cambia.
Si no me crees, mira donde estamos ahora, chico.
No voy a prometerte nada,
para que si el día que el camino se nos acabe,
te acuerdas de mí,
no sea por las promesas que te hice y no cumplí.
No voy a pedirte nunca que me cuides,
que no me falles,
y mucho menos que no me dañes.
Prefiero ser realista en vez de romántica.
Después de todo tengo asumido y grabado a fuego eso de que
"Quién te quiere te hará llorar"
y no por gusto, o sí.
No sé cómo llamar a todo esto,
por una parte sé que debería llamarlo amor,
pero por otra me aterra.
Ya que ha sido culpa de tu sonrisa,
proponme tú un posible nombre.
Ponle nombre al hecho de que hayas provocado en mí
lo suficiente para que haga semanas o meses,
he perdido ya la cuenta,
que hace que no escribo nada.
Al hecho de que estés provocando algo suficiente,
para que esté escribiendo ahora,
y el motivo seas tú.
Ponle nombre al miedo que me da el hecho de que
algo se esté despertando,
al hecho de que no pueda escribirte nada que esté a tu altura,
porque estás haciéndole una verdadera competencia
a los versos de Neruda,
y a cualquier poeta que no hable de ti en su poesía.
Ponle también, un nombre
para despedirte del miedo que me da encaminarme en este camino
y volver a encontrarme con un final,
que va a llevarme de nuevo al fondo del precipicio.

Déjame pedirte algo,
y es que si vamos a caminar en esto juntos...
Por favor, camina al menos dos pasos por delante de mí.
Deja entre nosotros dos pasos, ni uno más.
Y nunca te des la vuelta.
Pero eso sí, llévame de la mano y no vayas a soltarme.
Marca tú el camino, la dirección,
pero por favor, no me marques el ritmo.
Quiero que siempre andes a dos pasos por delante de mí,
porque ir por delante de ti sería arrastrarte conmigo
al lugar de dónde vine,
de dónde me encontraste y sé que ni las vistas
ni absolutamente nada te iba a gustar.
Camina dos pasos por delante de mí,
siempre mirando al frente,
yo te seguiré hasta dónde pueda, a mi ritmo.
Y, así no tendrás que preocuparte si a medio camino abandono,
porque así, no estarás tan perdido,
ante todo, recuerda que eres tú quién marca tu camino.
Camina dos pasos por delante de mí,
y no te gires, ni mucho menos te quedes parado,
no quiero que acabases encontrándote con algún fantasma
y te mande por el camino del que vengo...
No sé qué nombre ponerle a esto,
pero lleva tu sonrisa y la mía,
mi mano sujeta a la tuya
y un sinfín de ganas de hacerlo bien.
Y, por supuesto...
Bienvenido, ahora formas parte de mi poesía.
Tú eliges si sigue como hasta ahora o le das la vuelta.

jueves, 1 de octubre de 2015

No tiene título porque ya perdí la cuenta de los capítulos.

Hice las maletas varias veces, siempre consciente de que me dejaba algo, para así tener una excusa para volver.
Me fui. Volví. Revolví. Continúe yendo y viniendo. Queriendo más de la cuenta. Demasiado bien y mal para tan poca y tanta sensibilidad.

Tenía miedo de irme, de alejarme,
de decir “Basta ya, no merezco esto, no me mereces”.
Tenía miedo a estar sola,
a no volver a enredar mis dedos en tu pelo,
a no volver a dejarme las lágrimas en tu hombro,
miedo,
       a todo,
               sin ti.


Pasaron varios meses y no volví a verte desde que puse aquel punto y final porque la situación me superaba más de lo normal.
No volví a verte, ni siquiera a coincidir contigo por ninguna parte.
No había ni un mínimo rastro de ti por ninguna red social.
Las fotos fueron desapareciendo, hasta conservar sólo aquellas en las que sonreíamos, por si algún día volvía a verte, recordar el motivo por el que seguía.
De vez en cuando, cuando menos lo esperaba llegaba algún mensaje, fuera de contexto, lleno de odio.
Dolía. Pero también desparecieron pronto de la pantalla.
Otra vez. Ni rastro, de nada. Ni de ti, pero tampoco de mí.
Cuando empecé a aceptar todo, a cerrar la herida… Recibí el mensaje que sin querer saberlo, llevaba meses esperando.
Nos vimos.
Todo iba bien.
Duró lo que esperábamos de durara, el tiempo suficiente para volver a abrirte las puertas de mi vida de par en par, sin ningún obstáculo de por medio.
Nos vimos un par de días más.
Nada había cambiado, y ese era el problema.
Pero esta vez, antes de que pudieras dolerme, fui yo quien por iniciativa propia, decidió poner punto y final a todo aquello, pero de verdad, de una vez por todas, para siempre.
Porque no quedaba nada.
Porque tú, te encargaste de que fuera así.
Y seguías haciéndolo.
Es difícil cuando estás tan ciego, saber si realmente quieres ver.
Yo decidí que quería ver, no sé en qué momento, pero lo quise así.


Hoy, después de más de un año,
después de haber dicho varias veces que ya pasé página,
que ya estoy bien,
que ya no me importa que pilles con cualquier niña tonta…
Hoy sí es verdad. Hoy sí lo siento de verdad.
Hoy sí perdono y paso página.
Hoy sé lo que quiero y no quiero ni tan siquiera una simple amistad.
No tengo miedo a estar sola porque siempre me sentí así.
No tengo miedo a no tener un hombro sobre el que llorar, porque lo que me hundía no eran mis lágrimas.
Hoy sí sonrío y soy feliz a medias,
porque mi felicidad ya no es dependiente de ti.
Sigo dependiendo de muchas sonrisas a mi alrededor,
pero la tuya ya no es la principal, ni la secundaria,
ni ocupa lugar alguno.
Para amar a otro primero has de amarte a ti mismo, y yo te digo, que para ser feliz con alguien primero has de saber serlo tú solo.


Aún así, te deseo que sonrías siempre,
que todo vaya bien,
que no sientas frío ni te sientas solo,
que siempre encuentres un hombro donde llorar,
que aprendas, sobretodo, a valorar,
no por complacer a los demás, si no por sentirte bien tú mismo.
Que ojalá, de verdad,
te quieran fuerte y bien.


Que, por último, la canción tenía razón.
La diferencia es que a mí, no me verás fingir feliz por ello.


viernes, 18 de septiembre de 2015

El amor no necesita palabras


Hoy sé,
que se hará mayor como los demás niños,
que crecerá,
que llegará un momento en que no pueda cogerle en brazos.
Que quizás, no tenga la posibilidad de verlo de cerca.

Sé que se pasará el tiempo,
y yo habré formado parte de su pasado,
y con pequeños esfuerzos he construido una parte estable para su futuro.
Sé que se hará mayor,
y que probablemente nunca vendrá a contarme qué tanto le gusta la chica de su clase,
qué profesor le tiene manía,
qué niño se mete con él en clase,
cómo le ha ido el examen,
no me pedirá ayuda con los deberes,
ni si quiera me contará cómo le ha ido el día.

Probablemente no me dirá nunca si me quiere,
si le hago enfadar,
si me ha echado de menos,
si está cansado de algún juego,
si quiere que le dé abrazos o besos.
Pero yo lo sabré.

EL AMOR NO NECESITA PALABRAS.
Y hasta que no encuentras a una persona así, no lo sabes bien.

Tiene los ojos más bonitos,
aunque no me sostenga la mirada el tiempo que yo quisiera.
Da unos abrazos que te hacen ver que cualquier esfuerzo merece la pena.
Agarra mi mano fuerte, y no la suelta nunca al caminar,
tampoco al dormir.
Cuando ve que le miro, estira de su camiseta,
deja la barriga al aire y acerca mis manos a ella,
le hago cosquillas,
y sonríe tan bonito que sería una putada que algún día perdiera esa sonrisa.
Cuando cree que no le veo,
se desata las bambas,
intenta atarlas solo,
pero reclama mi ayuda,
y cuando menos lo espero,
se tira sobre mí y me llena de besos.
Cuando después del fin de semana,
llego el lunes y le pregunto si me ha echado de menos,
llora.
Cuando le pregunto cuánto me quiere,
me dice “el número 10”.
Cuando le pregunto si quiere un abrazo,
se va corriendo y vuelve corriendo hasta mí
con los brazos abiertos a más no poder.


Seguramente nunca será como cualquier niño que ves pasear por la calle,
pero te enseñará más que ninguno.


A aquellos que veis a cualquier persona con una discapacidad,
grave o leve,
una persona que no tiene la capacidad de hablar,
que no puede andar,
y pensáis eso de “Pobre, qué pena”
y le sonreís amable.


No sabéis que la pena, en verdad,
es no tener a una persona así en vuestra vida.
En serio, no lo sabéis bien.



(No es triste ver a una persona con una discapacidad por cualquier calle, en cualquier tienda, en cualquier colegio...
Lo triste es que no esté en nuestra vida para hacernos mejores personas,
para enseñarnos a valorar,
para darnos paciencia,
para darnos todo el cariño que tienen a cambio del más mínimo gesto)

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Por favor, no te vayas


Ya no me quedan maneras de pedirte, o más bien de suplicarte que te quedes...
Que este frío enero está calándome uno a uno cada uno de mis huesos, y sin aún haberlos conocido, ya estoy imaginando tus brazos brindándome el calor que no me daba la barra del bar.
Te prometo, que no me quedan palabras, maneras, formas para pedirte que por favor no te vayas, no te vayas sin haber venido aún.
No sé de tus mañanas, ni de tus noches, ni mucho menos de tus domingos, pero no quiero perderlos.
Por favor, no te vayas.
Repetías una y mil veces que no, que no querías atarme a ti.
Pero tarde. Estoy atada de pies y manos a cada rincón de tu cuerpo.
No sé de tu risa enamorada ni del brillo de tus ojos reflejados en los míos, pero no quiero perderlos.
Por favor, no te vayas.
Que tengo todo tipo de esperanza puesta en tu nombre, apellido y sonrisa. 
Que si he de ver otro amanecer que sea desde tu otro lado de la cama.
Por favor, quédate, no te vayas.
No soy de prometer, pero mi vida...
Prometo que si te quedas a nuestros hijos que lleven tu sonrisa, voy a leerles miles de cuentos, con la misma voz que tengo pensado leerte a ti los versos de Escandar o Benavente, todas aquellas noches, que como hoy no encuentre formas para pedirte que por favor no te vayas.
Por favor, no te vayas.
No te vayas sin partirme todo tipo de esperanza habida y por haber. 
No te vayas, y si te vas... vete de puntillas y sin hacer ruido, que no te oigan mis ganas de correr tras de ti.
No te vayas. 
Quiero besarte o versarte todas y cada una de las noches, cuando todos nos volvemos grises, quiero besarte y me importa una mierda el precio a pagar por ello.
Por favor, no te vayas.
Aunque yo, si fuera tú, no me quedaría.

De ferides i de llistats


Encara que potser no tingui gaire sentit escriure això ara,
donar-te més importància de la que vas tenir, 
però encara tens,
encara que t’importi ben poc,
encara que potser ni arribis a veure-ho...

Per a mi és necessari deixar constància del que podia haver sigut i no va ser,
potser per allò que diuen de que “a vegades somies tan fort que t’ho acabes creient”.
Acabes creient el que tu volies, acabaves creient allò que no et feia mal creure,
acabes creient que tot anava bé,
que el que tant havies buscat/esperat per fi ha arribat...

Però no, el que ha arribat només és una decepció més,
una ferida més per tancar,
un desengany més,
una confiança perduda més.
Però hi ha ferides que no acaben de tancar-se mai,
perquè la reobrim,
no deixem que una pell nova ens la curi.

Hi ha decepcions que són com ferides al genoll de qualsevol persona,
tu en vas ser una.
Recordo la caiguda, el mal, plorar, 
els dies posteriors a la caiguda,
els posteriors dies on no podia tocar aquella ferida,
on evitava el contacte amb ella per no fer-me més mal.
Recordo també quan la ferida es va començar a tancar,
quan ja pràcticament no feia mal cap contacte.
Recordo que després, va vindre el riure,
reia perquè amb el temps aquella caiguda em semblava absurda.

Tu, vas ser la meva ferida al genoll,
la caiguda menys esperada,
perquè sovint, qui arrisca acaba malament.
“Allò de que és difícil volar quan esperes la caiguda”,
no sempre és veritat.
Sempre hi ha algú que et fa oblidar-ho, 
encara que sigui per un temps,
ho fa, encara que després estant en lo més alt, 
et deixi caure.

Hi ha caigudes en el camí que no esperes, n’hi ha d’altres que te les busques tu mateix.
De petit sempre ens avisen del que ens pot fer caure, 
córrer pel carrer, jugar a ser funambulistes, no cordar-nos bé les sabates, mil coses.
Però mai ningú ens dóna una llista d’advertiments,
altre llista de possibles caigudes,
ningú ens diu que confiar en les paraules o promeses d’algú ens pot fer caure,
ni molt menys ningú ens diu que aquesta caiguda pot fer més mal que una ferida al  genoll,
que pot deixar-nos marques més importants,
que aquestes caigudes poden fer-nos canviar.
I si ens donen aquesta llista, tampoc fem cas.

De petita tenia la desgràcia de caure contínuament, d’arribar a casa plena de ferides, de confiar-me massa i acabar caient. Amb els danys vaig deixar de ser tan maldestre,
vaig començar a fer una petita llista mental de tot allò que feia i acabava en una patacada, em fixava en el que feien els altres nens, veia les caigudes d’altres i aprenia, em deia a mi mateixa que jo no havia de fer-ho per evitar caigudes, ferides, mal.

Ara torno a tenir un assumpte pendent amb les ferides, però ja no són les mateixes, aquestes fan més mal, em marquen més, em van canviant cada cop més. Amb els anys he anat descobrint que les petites activitats que evitava fer per no caure, en realitat eren oportunitats de riure perdudes, perquè bé que podia fer-les, anant amb compte, vigilant, no confiant-me massa, amb el temps vaig aconseguir fer moltes d’aquestes coses sense prendre mal, quan veia que podia acabar malament, parava el joc, quan veia que altres podien prendre mal, els apartava del joc.

Ara les coses no funcionen així, he arribat a un punt on crec que hi ha certes coses que no es poden fer, gaudir, descobrir sense rebre mal, que no és tan fàcil parar el joc quan t’agrada realment, no el pots parar quan et fa riure, quan et fa estar bé, quan ja t’has enganxat.

Avui puc dir que sóc la perdedora d’un joc on tu posaves les regles, on tu em movies al teu favor, a la teva conveniència, on jo només era una fitxa més dins del tauler,
jo em limitava a seguir les teves ordres, no hi pensava en les conseqüències.
No pensava que tu controlaves el joc al teu únic favor, al teu benefici, i per tant,
qui podia caure no erets tu, qui cauria seria la perdedora que jugava al teu joc,
qui donava els passos per tu, qui arriscava per tu.

Ja veus, em toca repassar bé la llista d’aquelles coses que provoquen mal,
que provoquen ferides,
potser el que necessitava per començar-la bé, era un nom i cognom,
era la teva ferida, el teu dolor, el teu joc, la teva marca gravada a la meva pell per sempre,
l’experiència viscuda amb tu.

Després de tot aquest temps, hauràs pogut veure que la ferida va començar a tancar-se, però la vaig reobrir.
Ho acostumo a fer.
Potser perquè encara no sé que és pitjor, si la ferida oberta o la cicatriu que hi quedarà.